Pese a que durante un tiempo nos han venido recomendando que bañemos al bebé todos los días,
por higiene y para que vaya cogiendo hábitos (que ya me dirás para qué
le sirve a un bebé coger el hábito del baño si hasta que no tiene varios
años no lo va a hacer solo, y además no se bañará, sino que se
duchará), la realidad es que las últimas recomendaciones hablan de bañar
al bebé unas tres veces a la semana, siendo una cifra flexible, obviamente, por los “accidentes caquiles y vomitiles” que puedan precisar de un agua.
Ahora bien, sobre el rato que debe durar el baño parece que no se ha
hablado tanto y por eso debe ser que hace unos días, cuando me hicieron
esta pregunta: “y, ¿cuánto rato debe durar el baño del bebé?“,
me quedé confuso. Acto seguido respondí mientras por dentro me
preguntaba a mí mismo cuándo hemos perdido el ser humano la capacidad de
razonar.
Que ojo, no lo digo solo por esa madre y no lo digo solo por la
pregunta. Lo digo por muchas otras cosas que suceden alrededor de los
bebés y en que, muchos padres no sabemos cómo actuar porque sobre eso
nadie nos ha explicado nada. Quizás ese es el problema, que ahora se
habla tanto de todo que parece que para todo hay una respuesta. Y en
realidad no la hay.
Hace unos años, si ibas al pediatra, o a quien fuera, y le preguntabas cuánto debe durar el baño del bebé muchos respondían diez minutos. Otros decían quince,
quizás más dejados o valientes, y otros no decían nada. La gente les
creía porque claro, si el pediatra te dice que el baño debe durar diez
minutos será señal de que, a partir del once, el niño corre riesgo de…
bueno, no sé, de caérsele luego la piel a cachos, de coger una pulmonía o
de, si pasa una determinada hora, en contacto con el agua,
transformarse en una especie de Gremlin.
Bueno, no me hagáis caso, bromas aparte, no existen estudios que hablen de cuánto es el tiempo idóneo para tener al bebé en remojo.
Y como no existe esa documentación, la respuesta es clara, el tiempo
necesario para bañarle y el tiempo que al bebé le guste o le apetezca
estar, mientras ello no perjudique a su piel ni le enfríe.
Sí, ya sé que parece cada vez más difícil, pero es que es bastante
lógico. Si el niño lleva en el agua un cuarto de hora y se lo está
pasando pipa, pues lo sacas un momento, le pides a papá que añada un
poco de agua caliente, lo vuelves a meter (segura de que no se va a
quemar) y sigues jugando con él. Si esto mismo lo hiciste hace unos días
y te diste cuenta de que la piel se le resecaba mucho, pues lo sacas, le pides a papá que vacíe y seque la bañera y sigues jugando con él mientras le pones la crema y le vistes.
Si en cambio el bebé lleva siete minutos y está hartico de estar en
el agua, no mires al reloj viendo que faltan aún tres minutos. Lo sacas y
listo. Y si ese día tienes prisa porque hay fútbol, lo bañas tú, papá,
que en tres minutos has acabado, y lo sacas con el albornoz como un
avión volando hacia el sofá, que “hoy te visto aquí, que empieza el
partido”.
Vamos, que no hay regla fija en referencia al tiempo del baño.
Lo único que hay que vigilar, como digo, es su piel, que cuanto más la
mojemos más se resecará (teniendo en cuenta que hay bebés que cada día
se meten un buen remojo y tienen la piel estupenda y otros que con solo
ver el agua ya se escaman) y que cuanto más tiempo pasen en el agua, más
frío hará.
Bueno, y algo más hay que vigilar, al niño. Todo
rato que esté en el agua tenemos que estar a su lado sí o sí. Si nos
tenemos que ir, lo sacamos del agua y nos lo llevamos con nosotros,
obligatorio. Imprescindible. Innegociable.
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