Nacer es una experiencia trascendente para el ser humano. Una
personita que se ha formado durante nueve meses en el vientre de su
madre abre por primera vez los ojos al mundo y comienza a respirar por
sí mismo. Todo es muy diferente a ese sitio acogedor y protegido en el
que se ha desarrollado.
La mayoría de la veces, el parto es un momento feliz en el que se
recibe por fin al hijo tan esperado. No ha habido complicaciones y como
suele decirse, tanto el bebé como la madre se encuentran perfectamente.
Pero lamentablemente, hay otra cara menos feliz, que sucede cuando
llegan al mundo bebés cuyas vidas al nacer penden de un hilo.
Un caso reciente que me ha conmovido profundamente es el de la pequeña Sherezade, una niña nacida en Murcia a las 32 semanas de gestación con 1,5 kg y una grave cardiopatía congénita.
Sufría un defecto que provocaba que la sangre oxigenada llegara al
diafragma y al hígado, en lugar de a la aurícula izquierda de su
corazón. Los médicos tuvieron que tomar una decisión clave, aún cuando
muy pocos pacientes han sobrevivido en casos similares. Decidieron
trasladarla al Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona para ser
intervenida por cardiocirujanos especializados, su única opción de
sobrevivir.
La operación se realizó el 6 de noviembre y ha supuesto una gran
complejidad debido al tamaño milimétrico de las venas y a que su corazón
no era más grande que una avellana. Su corazón estuvo parado durante 28 minutos
utilizando circulación extracorpórea, y su temperatura corporal ha
tenido que ser bajada a los 16 grados para evitar posibles secuelas.
Afortunadamente, la intervención ha sido un éxito. Ha sido posible reparar la cardiopatía sin secuelas para la niña, aunque deberá someterse a revisiones periódicas y es posible que necesite en el futuro otra intervención.
Todos conocemos, por amigos, conocidos, o por haberlo vivido en carne propia, historias de bebés cuyas vidas al nacer penden de un hilo. Personitas recién nacidas muy pequeñas de tamaño pero con una gran capacidad de aferrarse a la vida.
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